Por Pancho Marchiaro
Director de la Diplomatura en Producción y Gestión Cultural de la Universidad Blas Pascal
Si quien lee esta columna, como el autor en el momento de la redacción, tiene la intención de escribir un texto sobre el libro en su día mundial, es recomendable que no recurra a una cita proveniente de un best seller.
Lo ideal es arrancar por la justificación, pues Unesco impuso el 23 de abril como Día Mundial del Libro y los Derechos de Autor, recordando la muerte de Cervantes, de Shakespeare y del inca Garcilaso de la Vega.
Estos tres tótems de la literatura fallecieron ese día, hace 392 años, en 1616.
Por ese entonces, la humanidad llevaba más de un siglo imprimiendo con la imprenta de tipos, método que Johannes Gutenberg había perfeccionado hacia el año 1450, propiciando la reproducción que en la antigüedad se hiciera a mano.
La decisión de esta celebración, más allá de la efeméride, pretende reflexionar y poner en valor la lectura, así como la escritura.
Por esto, la iniciativa también reivindica a los autores, y data de hace tan solo 13 años. Es irónico que esta decisión se haya tomado en 1995, cuando la industria editorial, una de las peso pesado dentro del club de las industrias culturales, enfrentaba un desafío por el que ya han pasado todas sus pares.
La música, apresada en el fonógrafo patentado por Edison en 1877, y que circulara por el gramófono (con discos de 1888), fue al tocadiscos, al casete, a los discos láser y actualmente es sólo información que circula, por ejemplo en formato de mp3.
La música, en síntesis, es el ejemplo popular de la situación que también atraviesa la industria del audiovisual: cine, video, DVD y toda una familia de nuevas siglas que pronto pasarán a la obsolescencia. Es un hecho que la lectura es cada vez más virtual, las cartas no se escriben para los sobres sino para el Outlook Express, los diarios apuestan por sus web y los libros, muy a nuestro pesar, están dejando de ser objetos para transformarse en información pura.
Cuestión de piel. Es frecuente leer sobre los e-books, ecolibros o libros-e refiriéndose, de manera indistinta, a textos para bajar en nuestras PC, dispositivos que tienen aspecto de un libro “tuneado” tecnológicamente, u obras planteadas en hipertextualidad. Relatos que pueden incluir acciones y recorridos que derivan de clics del lector.
Con el conflicto de Botnia, parecía ser una buena noticia para Gualeguaychú. Además del cybook y el sonyreader, Amazon.com lanzó el e-book Kindle, que inicialmente cuesta 400 dólares. Soporta hasta 200 libros (en una biblioteca, son dos estantes de metro y medio repletos de novelas), pesa 300 gramos y tiene tinta electrónica. Se le pueden cargar libros de un stock, también inicial, de 110 mil obras, a un costo estimado en 10 dólares por “libro”.
Parece ciencia ficción, pero está en Wikipedia, ergo, debe ser cierto. Volviendo al libro en abstracto, sin importar si hay papel de por medio, parece interesante detenerse a valorizar este vehículo de la cultura en un país donde, según un estudio de Gallup para el diario La Nación, la población deja de leer, ya que en 2000 era una actividad para el 52 por ciento de los entrevistados, y en 2007 incluyó sólo al 42 por ciento de los argentinos.
Otro dato alarmante de ese estudio es que la lectura en clases sociales medias y medias bajas (si es que estos segmentos siguen existiendo), históricamente grupos que sí leían en nuestro país, ha caído dramáticamente.
Ojalá que en este caso se cumpla la máxima de René Descartes: “Los malos libros provocan malas costumbres y las malas costumbres provocan buenos libros”, de la misma manera que el asunto de las clases pudientes y la lectura se podría resolver siguiendo lo dicho por Wilde: “Detesto la vulgaridad del realismo en la literatura.
Al que es capaz de llamarle pala a una pala, deberían obligarle a usar una. Es lo único para lo que sirve”. La mágica conexión entre la creación de un autor y su lector, como en este caso usted lector y yo, desconocido que llego a su vista de la mano de La Voz del Interior, viene a ser el mejor ejemplo de la libertad.
Al crear, se expresan ideas y se las difunde, generando nuevas ideas a imprimir. Como receptor se trata de nutrirse de otros, para llegar a ser uno mismo. Reflexionar, ser un individuo en relación con el mundo de cada libro, de cada palabra, apasionadamente.
Ya lo dijo Federico García Lorca: “La poesía no quiere adeptos, quiere amantes”. La palabra escrita, la mejor arma que ha tenido el hombre para defenderse, cambia de piel, muta para seguir generando vínculos entre los humanos. Lo dijo Sartre: “El mundo podría existir muy bien sin la literatura, e incluso mejor sin el hombre”.
Al comienzo de la columna se recomienda no recurrir a un best seller en estos casos. Pero la literatura es subversión, así como la industria editorial ofrece horas de belleza a muy bajo costo. Por ello la referencia a La sombra del viento, novela enrollada en una novela, de Carlos Ruiz Zafón, con 10 millones de ejemplares vendidos y versiones en 30 idiomas. Simplemente, al comienzo hay un Cementerio de Libros Olvidados.
Allí el padre le dice al hijo: “Cada libro, cada tomo que ves, tiene alma. El alma de quien lo escribió, y el alma de quienes lo leyeron, y vivieron y soñaron con él. Cada vez que un libro cambia de manos, cada vez que alguien desliza la mirada por sus páginas, su espíritu crece y se hace fuerte...
Cada libro que ves aquí ha sido el mejor amigo de alguien.
Ahora sólo nos tiene a nosotros, Daniel”.
© La Voz del Interior
(Dedicado a Ismael Rodríguez, fundador de Amerindia, quien atiende en la sección de arte en la librería del Cielo, desde que nos dejó).
Fuentes en la web: http://portal.unesco.org/es
www.amazon.comhttp://es.wikipedia.org
www.lasombradelviento.net/
Aportes y comentarios: alracul@gmail.com
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