LA OBRA NARRATIVA y poética del estadounidense Charles Bukowski (1920-1994) empezó a ser conocida en los países de habla hispana a mediados de la década del 70 del siglo pasado.
Los primeros títulos en español (Erecciones, eyaculaciones y exhibiciones y La máquina de follar, ambos colecciones de relatos) dejaban bien claro que Bukowski, a quien él mismo, sus mujeres y amigos llamaban Hank, no empleaba eufemismos.
Y bastaba leer unas pocas páginas para tener la certeza de que los protagonistas de sus historias, esos escritores anárquicos, alcohólicos, mujeriegos y aficionados al hipódromo, condenados a empleos mal pagados y apartamentos de mala muerte en barrios tóxicos de Los Angeles y otras ciudades estadounidenses, esos "perdedores" que se burlan ácidamente de los acomodados y los bien pensantes, son casi siempre Bukowski de cuerpo entero.
Sus frases breves, directas y llenas de mordacidad, que aprendió de la novela policial dura, y su convicción de que es preferible mantenerse al margen de una sociedad estructurada por mentiras que sacrificarle la propia naturaleza, dan como resultado una obra cruda (a veces terrible) y, al mismo tiempo, divertida y cargada de vitalidad.
Emparentado con otros narradores y poetas estadounidenses más o menos contemporáneos (Fante, Kerouac, Jeffers) y también con Céline y Henry Miller, aunque más limitado en la descripción de personajes y ambientes que estos últimos, Bukowski fue un escritor underground hasta los 50 años.
Después se volvió ampliamente conocido, ganó dinero suficiente para vivir con algunos lujos y fue asediado por cholulas y groupies de todo el mundo que iban a Los Angeles a acostarse con el mítico "viejo indecente". Bukowski disfrutó de sus admiradoras, pero no dejó de emborracharse, de hacer papelones, de faltarle el respeto a los triunfadores y de sentir que vivía en una sociedad malvada y sin sentido.
Charles Bukowski, de Barry Miles (Gran Bretaña, 1943), no es la primera biografía de Hank y seguramente no será la última. Miles, que en su juventud conoció personalmente y promovió a los escritores de la generación beat en su país y cuenta con varias biografías en su haber (de Ginsberg, Kerouac y Burroughs, entre otros), es un biógrafo estándar de lengua inglesa, lo cual es un elogio porque el nivel medio de las biografías escritas en Gran Bretaña y Estados Unidos es bueno.
Los biógrafos de esos países no sólo se caracterizan por estar bien documentados, apegarse a los hechos y ser mesurados y criteriosos en las conjeturas, sino también por mantenerse en segundo plano y no intentar ser "artísticos".
Miles suma la ventaja de que Bukowski contó su vida (y la vida de casi todos sus allegados, con el resultado de que muchos sintieron que los había utilizado) en su obra y en las entrevistas que concedió y que lo hizo con la mayor sinceridad con que un hombre puede escribir o hablar sobre sí mismo (y sobre los demás).
Naturalmente, exageró, deformó e inventó consciente e inconscientemente. Afirmó por ejemplo que su poesía era 99% autobiográfica, mientras Miles, con datos, acota que "sería más preciso el 75%". En otras palabras, el Bukowski de Miles es el Bukowski de Bukowski corregido, ordenado y ampliado.
De hecho, uno de los aspectos de la personalidad de Hank que es fácil pasar por alto mientras se lo lee y que Miles destaca (el observador que necesita el alcohol, las riñas o el sexo para sentirse verdaderamente conectado con los otros y alimentar su impulso creativo) es un rasgo que al propio Bukowski no le pasó inadvertido: más de una vez se definió como una "cámara fotográfica" y declaró que nada le parecía del todo real ("Tranvías. Bombas. Bichos. Mujeres. Farolas. Zonas verdes. Todo irreal. Estoy al margen").
Gris pero eficaz, este libro logra que los que no han leído a Bukowski se formen una idea cabal del individuo y que los que lo han hecho conozcan mejor el trasfondo personal, cultural y social de sus textos. No es imprescindible pedirle más a una biografía.
CHARLES BUKOWSKI, de Barry Miles. Circe, Barcelona, 2006. Distribuye Océano. 409 págs.
Fuente: Jorge Gutierrez/El País Cultural, Uruguay.
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