domingo, 13 de abril de 2008

Cine argentino en la Patagonia: El sur también existe

Las productoras cinematográficas optan por una de las regiones geográficas más hermosas del país para contar historias pequeñas en grandes espacios. Se estrenó “Gigantes de Valdés”, ambientada en Puerto Madryn.

La zona más austral del continente es una región geográfica caracterizada por la mística, sus leyendas y los espacios abiertos.

Tres ingredientes que difícilmente se le escapen a una película con pretensiones de cautivar al espectador con algo más que tiros o besos. La Patagonia, de 1.738.251 habitantes, es un extremo geográfico privilegiado.

Esta zona mágica y misteriosa, agreste y de magnetismo multinacional, fue bautizada de esta manera en el siglo XVI por el nombre de las antiguas tribus originarias, los Patagones.

Pero, de acuerdo a la importante cantidad de producciones cinematográficas que en la última década han trasladado sus carros de filmación al sur, hoy bien podría denominarse, claro que extraoficialmente –y ojalá no estemos dando una mala idea para un emprendimiento inmobiliario– Patagonia–Hollywood, o alguna cursilería chauvinista por el estilo como la que están haciendo en la zona de Palermo y aledaños de la Capital Federal.

Cartografías aparte, ¿por qué los autores del cine nacional se decantan por este territorio?

Gigantes peninsulares. Ayer se estrenaba en el los Hoyts del Nuevocentro Gigantes de Valdés (Alex Tossenberger, 2007), cuya historia involucra a Tomás (Federico D´Elía), el trabajador de una compañía internacional de métodos salvajes y anti-ecológicos respecto al uso y explotación de los recursos naturales de la Patagonia que lo envía, bajo un manto de engaño, a la Península de Valdés con el objetivo de investigar la zona y conseguir el consenso de los pobladores para lograr la instalación de un gigantesco emprendimiento turístico que podría perjudicar las economías regionales. Después de empezar a relacionarse con los pobladores, entre los que se destaca el Capitán Morelo, interpretado por Alfredo Casero –un ex habitante de Puerto Madryn–, y de comenzar a descubrir un mundo maravilloso ante sus ojos, Tomás cambiará su perspectiva y su vida para siempre.

Pero ¿quiénes llegaron antes que Tomás y el Capitán Morelo?

El rey del sur. Cómo evitar la mención a Carlos Sorín (Buenos Aires, 1944). El autor de Historias mínimas (2002) y El perro (2004), díptico parido y desarrollado en aquella zona, fue el emisario adelantado en el hecho de probar suerte y arena en la vastedad del sur argentino. En 1989, con el –visto hoy– insólito protagonismo de la actual superestrella mundial Daniel Day-Lewis (Petróleo sangriento), filmó el drama rural Eterna sonrisa de New Jersey, sobre un dentista (Day-Lewis) que atraviesa Sudamérica en moto combatiendo la ignorancia y el recelo de los lugareños. La película jamás fue estrenada comercialmente en la Argentina, dato tan extraño como la leyenda misma de “Nahuelito”.

Tres años antes, Sorín debutaba como director de largometrajes con la excelente La película del rey, sobre un cineasta de Buenos Aires que, obnubilado por la leyenda del Rey de la Patagonia y Araucania, mueve los bártulos hacia el sur para rodar esa historia romántica y ancestral in situ, antes de que su proyecto desemboque en un caos.

La película del rey fue extraordinariamente protagonizada por Ulises Dumont, Julio Chávez y un nativo de apellido específico, el poderoso músico Rubén Patagonia.

Al sur de Trapero. El director de Mundo grúa (1999), El bonaerense (2002) y Familia rodante (2004) se instaló en el sur unos meses con su productora Matanza Cine para llevar a cabo Nacido y criado en 2006, la historia de Santiago, un diseñador de interiores cuya vida se hace pedazos cuando su mujer e hija mueren en un accidente. El personaje, devastado y muerto en vida, se refugia en el frío invernal de la Patagonia para anestesiar su dolor e intentar hacer las paces con el presente.

La fotografía de la película, a cargo del gran Guillermo Nieto (Géminis, Sofacama), logra absorber la atención del espectador y los bosques cubiertos de nieve se convierten en testigos casuales del sufrimiento sin cura de su desvariado visitante.

Chicas sureñas.

Algo une a Ana Katz (El juego de la silla) con Sandra Gugliotta (Un día de suerte) y no es un juego de mesa. En los últimos dos años ambas eligieron el sur argentino como marco práctico de ensueño para realizar sus segundos largos, respectivamente, Una novia errante (2006) y Las vidas posibles (2007). Mientras que el primero cuenta cómo Inés (Katz) es dejada en banda en pleno sur por un novio desconsiderado y distante (Daniel Hendler), la segunda narra cómo Luciano (Germán Palacios) se embarca en uno de sus viajes de negocios a la Patagonia para desaparecer sin rastros, mientras su chica, Laura (Ana Celentano), va en su busca desesperada pero, una vez allí, encuentra el consuelo menos esperado.

Las dos películas representan el inconsciente colectivo de la mayoría de los turistas que no sólo van a la Patagonia por sus increíbles parajes naturales: si el norte es bellísimo para filmar historias montañosas o selváticas, el sur también existe como escenografía llana, de espectro ligeramente onírico, para calmar los corazones solitarios.

Fuente: La Voz del Interior/Córdoba.-

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