jueves, 10 de abril de 2008

Chile: Cincuenta años del Ictus

No sé qué habría sido de mi generación sin el Ictus y su sala La Comedia en Merced. En los años sesenta se convirtieron en un reducto de humor muy particular, recogiendo ese "humor para gente en serio" que permitía a la pequeña burguesía chilena reírse de sí misma y también crear un espacio crítico con las sensaciones que estaban en el aire, como en "Introducción al elefante y otras zoologías". En esos tiempos nos sorprendía el subir y bajar del escenario, la cuarta pared que se rompía, Jaime Celedón sentado entre el público, la parodia de la Cámara de Diputados, el humor, a veces político, a veces sentimental, que llegó a espectáculos inolvidables como las "Tres noches de un sábado". Paralelamente entraron a la televisión con un programa que hoy nadie se atreve a hacer, "La manivela", donde el absurdo comandaba el estilo de cada miércoles por la noche y se volvieron famosos y los invitaban ya a todas partes hasta que vino el golpe militar, el mismo que a todos nos cambió la vida para siempre y el significado de las cosas y el destino, la vida y la muerte.

A ellos los pilló haciendo teatro y decidieron seguir haciéndolo. Sólo que el teatro se les convirtió en trinchera, en bunker, en catacumba, el subterráneo en que funcionaba y funciona la sala La Comedia se estableció como zona de debate, de confrontación, de alivio, de oxígeno y también de golpe al corazón para sentir que se seguía viviendo. La vida, a veces en giros buenos, me llevó de febril espectador de los sesenta a autor en colaboración con ellos en los setenta y ochenta, entrando y saliendo, como ha sido mi existencia, medio militante de tantas cosas. Conocí el agitado proceso de la creación colectiva por dentro, sus temperamentos, su imaginación y, sobre todo, su sentido del humor, que era imparable. Agregar la poesía, el lado sentimental, el compromiso, esa marca con que se dejó caer la poca luz de días de sombra y noches cerradas. No haré un catastro de las piezas estrenadas. Por ahí quedó alguna línea personal, alguna idea, una vez que nos reímos mucho, momentos de suprema tristeza. Afuera encontraban el cadáver del hijo de Roberto Parada y él decidía seguir en escena.Eran tiempos duros. Tanto que dan ganas de alguna vez no hablar más de ellos o hablar pero en serio como si fuera historia universal y no vida cotidiana. El Ictus era parte del paisaje cultural, parte fundamental, ejemplo para otros grupos, ejemplo de juramento y convicción. En algún momento, además, se permitían recibir grupos jóvenes, y por esa sala pasaron Galemiri y Sergio Bravo y anduvimos con Ramón Griffero, Alex Zisis y Elsa Poblete estrenando una pieza delirante y con aliento subversivo de esas que uno siempre dice que debería volver a poner en escena y no lo hace. Hoy el Ictus cumple 50 años y tiene un potencial enorme. Ojalá lleguen a los 100, así como se desea en todos los cumpleaños, y a los 200 también. Se verá quién toma el bastón de la posta, el testimonio, se verá desde qué punto de vista hay que escribir ahora. Yo creo que hay que montar de nuevo "Cuestionemos la cuestión" y de nuevo pensar qué diría una posible introducción actualizada al elefante y otras globalizaciones. Hay en el espacio mental sitio para un humor crítico que nos hace mucha falta.
No sé quién lo está haciendo. Y sigue siendo vigente e importante. Ahora que las cosas están tan serias sería un alivio poder pensar así, en colectivo, con las cabezas abiertas en llamas, esperando que el teatro nos dé las preguntas necesarias como lo ha hecho el Ictus en 50 años y como sigue siendo urgente hacerlo.

Marco Antonio de la Parra
Dramaturgo - Actor Director de la carrera de Literatura de la Universidad Finis Terrae.

La Nación. 6 de abril de 2008

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